martes, febrero 21, 2006

LA BIBLIOTECA


Bruno Marcos

Porque varias personas me habían comentado que estaba mi libro en la biblioteca me acerqué hasta allí. Se la van -como todo- cargando, quieren que se parezca a una caja de diseño, no por ello más útil. Me dice mi padre que siempre que cambiaban al gobernador civil había obras. Por comisiones pecuniarias, por higiene psicológica o por fastidiar todo el día están cambiando la ciudad, destrozando los escenarios de los recuerdos, tal vez sea ese su velado fin: acabar con la melancolía.
Nada queda de ese absurdo trazado de paredes negras y anaqueles gastados donde Calentín y yo huíamos para encontrar fugas a los escombros que rodeaban nuestro barrio. Recuerdo, precisamente, que le dio por decir que le gustaba Pessoa y se le ocurrió robar un ejemplar de una antología suya. Yo enseguida le animé con el único argumento de que había varios. Después de hacerlo me insinuó algunos problemas de conciencia. A mí, ajeno a su sensibilidad -tal vez social- me parecieron tonterías. Después de mucho tiempo me confesó que, a escondidas, lo había devuelto. Dijo algo así como que estaba ahí para que la gente lo leyera. Aquel escrúpulo suyo sobre la propiedad de esa poesía me sigue dando vueltas en la cabeza. Tal vez, para él, eso era más que un libro, quizá pensaba en los pobres muchachos, como nosotros, un poco tontos, un poco desesperados, que encontrasen, en las palabras del vate luso, una ilusa ilusión. En mi descargo he de decir que no surgió de mí sino de él la idea de robarlo.
Total que en esa otra biblioteca, que han montado encima de aquella en la que Calentín robó y devolvió la antología de Pessoa, sigue haciendo un calor del carajo. Los viejos se cuecen en su propio sudor leyendo y desleyendo esa madeja de prensa rufianesca que esta empeñada en solventar nuestro presente a costa de sacarles de sus casillas.
Legiones de extraños rebuscan cosas varias, nada de aquellos distraídos y atolondrados de antes, aquellos que urdieron -por lo menos en mi mente- un itinerario que, de lectura en lectura, creaba una secta siniestra. Aquel anaquel de poesía, recorrido con ansiedad de exploradores, -un libro te llevaba indefectiblemente a otro- debió trenzar una sensibilidad muy igual a dos o tres generaciones.
No fui capaz de encontrar mi libro y, un poco avergonzado, me coloqué en un ordenador a consultar mi propio nombre. De todas las referencias sólo la última anunciaba que mi libro era prestable y estaba disponible. N Mar fie era su ubicación. Aun así no lo veía, yo buscaba una cosa delgadísima entre esos tochos y el brillo del forro de plástico, en el que estaba encapsulado, me despistaba. Al fin lo encontré y me pareció de un tamaño normal. Última salida el 12 de diciembre. Leer los datos de la solapa me hizo verme desnudo. Pensé, por un momento, en qué sentiría al sacar mi propio libro, dirigirme al mostrador y enseñar mi carné de socio en el que figuraría el mismo que el del autor. Deseché la idea ante el temor a parecer, aunque autor, chiflado.
Detrás de mí quedó el librito anegado en los miles, millones de historias de los otros, para nada, para todo, perdida, sí, mi historia, pero y ¿la de los otros?

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

ayer dejé varios comentaris que no han quedado grabados,será el filtrodel cuervo?

febrero 23, 2006 1:07 p. m.  

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